top of page

¿Por qué me cuesta tanto confiar en los demás?

  • Foto del escritor: Mireia Font Becerra
    Mireia Font Becerra
  • 8 jun
  • 2 Min. de lectura

Confiar no siempre es fácil. Para muchas personas, establecer lazos de confianza con otras puede sentirse como algo arriesgado, incómodo o incluso doloroso. A veces, una parte de nosotros/as desea profundamente una relación segura, mientras que otra parte se pone en guardia, esperando ser herida, defraudada o abandonada. ¿Por qué sucede esto? ¿Por qué me cuesta tanto confiar en los demás?


confianza, manos juntas

Desde la psicoterapia, la dificultad para confiar suele tener raíces profundas, muchas veces invisibles. Los primeros vínculos, especialmente con las figuras cuidadoras, son el primer escenario donde aprendemos a confiar. Si en esos vínculos fuimos mirados/as, escuchados/as, sostenidos/as emocionalmente, lo más probable es que hayamos desarrollado una base de seguridad: el mundo se percibe como un lugar predecible, las personas como disponibles, y nosotros/as mismos/as como dignos de cuidado.


Pero si crecimos en un entorno en el que nuestras emociones eran ignoradas, invalidadas o castigadas, si hubo negligencia, ambivalencia, rupturas no reparadas o experiencias de traición, entonces lo que aprendimos fue que confiar podía ser peligroso. Incluso sin darnos cuenta, desarrollamos mecanismos para protegernos: cerrarnos emocionalmente, desconfiar por defecto, evitar el apego profundo, mostrarnos fuertes o autosuficientes.


Estos aprendizajes no desaparecen con el tiempo. Se internalizan, se convierten en una forma de estar en el mundo. Y muchas veces, los reproducimos en nuestras relaciones adultas sin comprender de dónde vienen. Podemos desear profundamente la intimidad, pero algo en nuestro interior se activa cuando alguien se acerca demasiado. Esa parte, que aprendió a protegernos, aparece para evitar que se repita el dolor.


Es fundamental comprender que esta desconfianza no surge porque haya “algo mal” en nosotros/as. No es una falla de carácter ni una incapacidad para amar. Es una defensa, construida en momentos donde confiar no fue seguro.


Estas defensas pueden tomar muchas formas: necesidad de control, hipervigilancia, sospecha constante, temor al abandono, dificultad para abrirse emocionalmente, necesidad de comprobar continuamente el afecto del otro. Incluso pueden manifestarse como relaciones donde repetimos la misma historia una y otra vez: elegimos personas que no están disponibles, nos dejamos en segundo plano, o saboteamos vínculos antes de que se vuelvan importantes.


Pero detrás de cada una de estas conductas suele haber una historia que merece ser escuchada. Una parte nuestra que alguna vez sintió que confiar era exponerse a un dolor insoportable.


El proceso psicoterapéutico no busca “eliminar” la desconfianza. Busca entenderla. A través de la escucha y el vínculo con el/la terapeuta, se abre un espacio donde esa parte herida puede ir mostrando sus miedos, a su ritmo, sin ser juzgada.


Con el tiempo, la persona puede empezar a hacer una experiencia distinta: que mostrarse no implica perder el control, que compartir no siempre lleva al rechazo, que ser vulnerable no significa ser débil. Poco a poco, lo que antes fue amenaza puede comenzar a vivirse como posibilidad.

Confiar, entonces, no es un salto al vacío, sino un camino de reparación. No se trata de confiar en cualquiera ni de ignorar los límites personales, sino de recuperar la capacidad de abrirnos al otro/a sin estar secuestrados por el miedo.

 
 
 

Comments


bottom of page